La melancolía me atrapó. Desde el principio. Sentí como sentía el personaje, sufrí como él sufría. Notaba cómo sus dudas me hacían vacilar y cómo sus lamentos resonaban en mi interior. Presencié una y otra vez esa sensación de comunicación con alguien muy lejano a mí y noté que no estaba sola. Su ausencia no me importaba, porque la comprendía. Sus miedos, a veces fundados, a veces imaginarios, latían en lo profundo de la escena para dejar escapar pinceladas de esperanza o de desesperación. El pasado iluminaba el futuro con luces y sombras, y la incertidumbre del devenir provocaba en mi imaginación manantiales de respuestas. Me sentía fascinada por los pensamientos que adivinaba, que me transmitía mi interlocutor, y sentía a la vez impotencia por no estar allí, por no poder aportar ningún sentimiento a la composición. Tantas y tantas horas de meditación, de desdicha, de respuestas a infinitas preguntas, con la soledad parecían eternas. Su meditación provocaba ausencia, pero esa ausencia se diluía en soledad. Si tenía que estar ausente, que fuera con relación a alguien, no de algo; porque quizá otros oyentes más cercanos que yo, escucharan mejor sus gemidos. Y me volví a fascinar buscando cómplices y encontré quién los creaba. Y entonces comprendí a Bouguereau, a Picasso, a Zedda, a Bergman, y escuché las voces de sus actores; la melancolía siguió siendo un sentimiento que envolvía la escena, pero ahora ya no solo producía eco. La interacción era una conversación en la que uno hablaba sin pausa, sin prestar atención, y el otro, a la vez que confesor y amigo oyente, era la arquitectura necesaria para dar forma al decorado. Dos personajes compartiendo escena, uno cómplice, el otro ausente; uno interactuando en lo material, otro distanciado en lo espiritual. Tan unidos compositivamente, como tan distantes de pensamiento; tan cerca, tan lejos.

© 2016 Rocío Ripoll. Universidad Autónoma de Madrid
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar